martes, 16 de febrero de 2010

Ya solo me falta Casarme

Arraigado en nuestros primeros pasos, y nuestros primeros juegos, está esa educación de padres y resto de familiares, que a fuego nos marcaron una serie de normas morales, las cuales arrastramos y muchas de ellas son motivo de la mayoría de frustraciones, y hasta me atrevería a decir de muchas depresiones, al ver que no hemos conseguido, lo que se esperaba de nosotros, que no tenemos lo que sería normal a nuestra edad.

Para ser un hombre de bien, hay que buscar un empleo y trabajar duro, da igual el contrato que tengamos, ya sea precario o abusivo, nosotros debemos ser un ejemplo de trabajador incansable, ahorrar para formar una familia, tener hijos, y criarlos.

Lo suponemos todo como algo de película, debe hacernos feliz ese trabajo, que muchas veces resulta que solo acudimos a diario, para tener una nómina a fin de mes, y si nos portamos bien, no es por otro motivo que simplemente para ir renovando el contrato.

Todo se complica si el trabajo nos satisface o por el contrario nos desagrada, en el primer caso descuidaremos la familia, y en el segundo, esperaremos que nuestros vástagos, y nuestra pareja nos den la felicidad anhelada.

Si nos satisface, seremos alguien y nos sentiremos útiles, valorados o alguna especie de mezcla de lo anterior, sin embargo llegaremos a casa, a un hogar que no podemos cuidar lo suficiente por la dedicación diaria, y sentiremos que no hemos alcanzado esa vida tan bonita que esperábamos tener.

En el caso contrario, será madrugar para estar deseando la hora de salir, para llegar a una casa, la cual nos puede dar alegrías pero también penas, o estamos de alquiler, con lo cual todo el mundo nos recordará como tiramos ese dinero al no ser propietarios de nuestra vivienda, pero si la hemos comprado, estaremos bastantes años ahogados por una hipoteca que a duras penas podemos pagar, y si lo hacemos es a base de privarnos de todo lo prescindible.

Si hemos sido bendecidos con descendencia, añadamos los problemas de buscar colegio, de comprar libros y lo que no son libros, de llevar por el camino recto a esos enanos dueños de la razón, que no comprenden como deben hacer lo que no quieren, listos son cuando hacen lo que no deben con tal de disfrutar, de divertirse. Pero ahí estaremos nosotros para llevarles por el buen camino, ese que nos ha llenado de frustraciones, pues sin saberlo desde pequeños les inculcaremos nuestros “valores”, nuestros “principios”, que no son más que las leyes que hacen que funcione esta sociedad de almas arrastradas siguiendo a las demás, en un deambular continuo, diario, repetitivo, por la mañana trabajar, sufriendo caravanas si usamos el coche, o apretujones y malas olores los que se decantan por el transporte público, unos y otros tienen que desplazarse, para luego regresar por supuesto pasando por los mismos problemas, repitiendo todo eso por costumbre, los días, las semanas y los meses.

Tenemos un concepto del trabajo que leíamos en los cuentos, donde todo el mundo hace lo que le gusta, o le gusta lo que hace, y así sigue nuestra vida viéndolo en películas, pero la verdad es que el trabajo perfecto escasea y es como buscar una trufa en el bosque sin la ayuda de un perro amaestrado a tal efecto.

Durante nuestra adolescencia buscaremos nuestra media naranja, buscaremos la persona perfecta, y no la encontraremos, dicen y no se equivocan que la mitad de matrimonios, terminan en divorcio. Y eso después de pasar por no se cuantas relaciones infructuosas o incluso destructivas, todo por buscar las mil cualidades que se supone que deseamos en nuestra pareja perfecta.

Nos pasamos media vida buscando la felicidad, con cada intento de emancipación, búsqueda de trabajo, o esa pareja que pensamos colmará nuestras expectativas, buscamos una vida y nos damos cuenta que para pagarla debemos prescindir de mucho, nos hacemos los duros, y nos lanzamos al vacío, encontramos un trabajo, después otro, y por muy seguros que nos creamos sabemos dentro nuestro que la seguridad no existe, y siempre nos pueden dar la patada en nuestras posaderas, y si todo es difícil, la pareja requeriría un capítulo entero. Una relación tras otra, seguimos intentándolo, poniendo menos o más por nuestra parte, deseando que funcione, disfrutando unos primeros meses de auténtica felicidad, hasta que abrimos los ojos, y nos damos cuenta que de nuevo nos hemos vuelto a equivocar, contamos los años no por celebrarlos, sino porque van pasando sin conseguir, lo que nuestros progenitores esperaban de nosotros, todo aquello que nos inculcaron de pequeños, vemos pasar los años de trabajo en trabajo, o en paro, pensando…

Ya solo me falta casarme!!!